Cuando se trata de perder peso, muchas personas eliminan grupos completos de alimentos. Sin embargo, la mejor estrategia es reducir el tamaño de las porciones. Comer rico es un derecho y es posible perder peso sin renunciar al placer. No hay alimentos malos; hay porciones excesivas.
Pero ¿cómo medir las porciones?, ¿cómo saber cuándo dejar de comer? Esa es la pregunta que todos se hacen.
Nos hemos acostumbrado a comer porciones grandes y densas en calorías. Estamos diseñados para terminar todo lo que tenemos en el plato porque somos “monos completadores” que consumen para cuando no haya más.
Somos animales generalistas y oportunistas: comeremos lo que nos apetezca y de lo que dispongamos a nuestro alcance debido a nuestro genotipo ahorrativo. Ese que nos hace terminar la comida disponible como resguardo de épocas de escasez. Esto fue lo que siempre funcionó en la historia de la especie humana y lo que nos permitió sobrevivir.
Dependemos de las señales del medio para detener nuestra ingesta. Pero su influencia es enorme: la forma del envase, el tamaño, el lugar, la temperatura ambiental, la luz, la compañía, el número de personas, es decir, todas las señales del medio impactan fuertemente en nuestras decisiones alimentarias, más que nuestros propios registros de hambre y de saciedad. El problema es que no somos conscientes de que estas influencias existen ni de hasta qué punto nos condicionan.
Cada vez que estamos por comer algo debemos tomar la decisión bajo el efecto tentador de la comida o el recuerdo del placer que nos otorgó alguna vez. Comer es siempre placer inmediato; por el contrario, no comer una porción extra de pizza o de torta representa en lo inmediato displacer y frustración. Pero, en realidad, es un premio diferido en el tiempo, ya que si sabemos esperar, perderemos peso o estaremos más saludables. La decisión puede ser difícil. ¿Podremos superar la miopía al futuro? ¿Podremos superar la gratificación inmediata?
Esto hace que el control a la hora de comer no sea simple. ¿Significa esto que no se puede cambiar? No, todo lo contrario: significa que es algo aprendido y que se puede reaprender.
El secreto es el diseño de la decisión: armarnos un “ambiente seguro” de manera que la decisión más saludable sea la fruta más a mano.
Un buen ejercicio es intentar, durante una semana, reducir las porciones de comida a sólo un plato. Eso sí, no tengas más comida a mano; no lleves la fuente a la mesa.
Es importante tener en tu casa solamente lo que vas a comer hoy; cocinar la cantidad de comida que vas a comer hoy; comprar en el supermercado sólo lo que necesitás. Tener de más puede llevarte a comer de más.
Elijamos comer “a lo francés”: porciones justas, no porque no tenemos derecho sino porque queremos un cuerpo cómodo y sano. En 2003, el psicólogo Paul Rozin se tomó el trabajo de pesar las porciones de 11 bares de París y Filadelfia: la porción promedio de los restaurantes parisinos era de 277 gramos. En Filadelfia pesaban 346 gramos, es decir, el 25% más que las porciones galas.
Además, los franceses se toman más tiempo para comer, virtud que implica más experiencia y procesamiento bucal de los alimentos, además de una mayor saciedad potencial. Por último, comen lo que les place, creen en el placer, pero en pequeñas dosis. Esa es la norma cultural que rige y guía el consumo de los franceses. ¿Podremos utilizarlos como modelo?
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